(…) Parecían ambos rostros proceder de idéntico molde, cada uno de ellos completando, quizá, lo que estaba latente en el otro. Pero ella era una mujer; él, un perro. La señora Browning siguió leyendo. Luego miró de nuevo a Flush. Pero él no la miraba ya. Un cambio extraordinario se había producido en él. «¡Flush!», gritó. Pero él siguió callado. Había estado vivo; ahora estaba muerto. Eso era todo. (…) El final – Virginia Woolf
El viernes por la mañana Lina se quedó dormida en el sueño profundo y sin sueños de los perros viejos. No despertó.
Es difícil contar un adiós y es tremendamente complicado explicar sin palabras ñoñas y frases estúpidas o lugares comunes que alguien ha estado vivo y que ahora ya no lo está. Y que eso es todo.
Pero hemos de intentarlo porque se lo debemos a Lina, sí. Pero sobre todo se lo debemos a Chus y a Torcuato. Tres años de vida en común; Lina vivió incluso la firma del compromiso entre Chus y Torcuato, y tantas otras cosas. Lina, con tantos años a cuestas en sus huesos maltratados, en su mirada brumosa y en su humor cascado.
No estaba previsto que Lina fuera protagonista de la vida de Chus y Torcuato y de hecho son muchos lo que no saben todavía hoy que Lina se despidió del mundo al calor de la chimenea de una compañera, de una voluntaria de El Refugio-Escuela. Chus, la compañera que está siempre, la que se inventa las alternativas cuando empezamos a desesperar. La compañera que está siempre sin hacer ruido, la que dedica palabras, gestos y esfuerzos a hacerlo todo fácil sin que nadie se entere. Se lo hemos dicho antes en un mail privado y queremos hacerlo público: Chus, eres la compañera imprescindible para el éxito de un proyecto común y solidario.
Sin Chus y sin Torcuato, Lina se habría marchado con el recuerdo de un fracaso y con el regusto de las horas en soledad del refugio. Sin embargo, la grandullona patosa y geniuda ha conocido un tiempo largamente detenido en el cariño y la generosidad. Gustosamente atrapada en el tiempo, Lina ha pasado los últimos tres años contando las caricias y repitiendo en su cerebro la imagen tibia del rostro de Chus.
Incluso en este preciso instante en el que el dolor de la despedida debería enturbiar la más leve sonrisa, nosotros la esbozamos porque Lina supo del amor y de sus cosas.
Así que no lloréis por Lina; que los ojos se os llenen de lágrimas de felicidad porque entre todos cambiamos la fachada dura y fría de la muerte por despedidas al calor del fuego de un hogar.
Chus, Torcuato, gracias compañeros. Con vosotros cerca, el mundo se parece mucho a un hogar en el que todo el mundo es bienvenido.
A Lina le toca ahora tostarse al sol cálido que se cuela a través de las hojas de una buganvilla en flor y relamerse con las galletas de azúcar prohibido que una mano amable le tiende el resto de la eternidad.
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